En mi cotidiano –y especialmente tras estos años de hitos con alta exigencia emocional, como lo son el estallido social, la pandemia, la adaptación al teletrabajo y otros- me es muy habitual escuchar o leer comentarios tales como “yo soy una persona alegre/optimista/feliz/positiva pero hoy ando triste/llorando/bajoneada/etc., no sé por qué”, o “quiero mandar todo lejos hoy”, “estoy enojad@ con el mundo y no sé por qué”, “me duele el estómago/no duermo bien”, “ando tens@”, “no me quiero levantar de la cama, no tengo energías”, “no quiero ir a trabajar/estudiar/ver a mis amig@s” y un largo etcétera, todos los cuales hacen referencia a malestares, sufrimientos e incomodidades que llamativamente se expresan de forma bastante clara en cuanto al malestar que experiencia quien lo dijo/escribió, pero que llamativamente para esa misma persona no tiene esa misma claridad ni notoriedad a pesar de haber sido quien transmitió ese mensaje. Para qué hablar de quienes se contagiaron gravemente estos años, o sufrieron una pérdida o recibieron algún otro diagnóstico adverso de su salud, que a su vez hacen referencia al sufrimiento y a la par al no comprender por qué todos los síntomas que surgen en ell@s en la vida diaria. Todo lo anterior es un reflejo claro y notorio de cómo la salud mental en nuestra vida es un aspecto que ha quedado relegado a un segundo plano e, inclusive, como algo que si se afecta es algo que “debo sanar por mi cuenta” o es “mal visto”, pues implica supuesta debilidad o incapacidad de lidiar con tu propia vida.
Para quienes nos desempeñamos en el ámbito de la salud mental, tenemos claro que no hay nada más lejano de la realidad que esas aseveraciones. No necesitamos googlear mucho para encontrar múltiples artículos y estudios que manifiestan que 1 de cada 4 personas sufre de algún trastorno de salud mental, y que prácticamente la mitad de la población refiere sentir que su estado de ánimo hoy está peor que pre-pandemia. Y este “estado de ánimo”, que se percibe como una cosa intangible y volátil, que no se puede ver ni tocar pero a la par está ahí, es una parte clave de nuestra vida diaria y nuestra capacidad de funcionar en nuestras labores o desenvolvernos con nuestras familias, amigos, compañeros de trabajo y entorno, aun cuando se relega a un segundo o tercer lugar detrás de la salud física e incluso del ámbito laboral. Sin embargo, como refiere la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la propia Organización Mundial de la Salud (OMS), “no hay salud sin salud mental”. En otras palabras, sin este ámbito central de nuestras vidas todos los otros ámbitos se verán afectados de una u otra forma, y a su vez incidirán en afectar a nuestra salud mental y así sucesivamente, creando un círculo vicioso de constante deterioro y desgaste mental, emocional y orgánico.
El rol de la psicoterapia está puesto en brindar un espacio de encuentro entre un tratante entrenado y quien requiere de su apoyo, para explorar conjuntamente los ámbitos que pueden estar afectados y elaborar una forma de abordarlos o enfrentarlos que sea más saludable, asertiva y/o sanadora. Implica la posibilidad de mirar en una perspectiva conjunta respecto a nuestra situación vital actual, lo que nos ha llevado hasta ella (por ejemplo, nuestra historia de vida), nuestras conductas, pensamientos y emociones asociadas y el qué hemos hecho / dejado de hacer respecto a esto, para luego aprovechar esta mirada evitando repetir las mismas respuestas o formas utilizadas previamente, creando nuevas estrategias y utilizando herramientas diversas (que ya poseíamos o que pueden ir siendo entregadas o construidas) en pos de este espacio de cambio y autocuidado. A través de un proceso de psicoterapia, podemos por ejemplo, darnos cuenta de cómo a veces nos hemos acostumbrado a “vivir” con un dolor o un malestar (como los mencionados inicialmente) sin notar que está ahí afectándonos sin hacer nada al respecto para aliviarlo o al menos, manejarlo / regularlo de una mejor manera; o quizás constatar que algo que nos parecía imposible de superar o enfrentar era mucho más factible y realizable que lo que nuestros pensamientos imaginaban. En un ejemplo muy común, muchos lo grafican como tener una “madeja enredada” mentalmente que podemos ir desenredando, observando y tejiendo con ello.
Ahora, es importante hacer una aclaración: la psicoterapia no hace magia ni los psicólogos somos telépatas que leemos la mente o que tenemos todas las respuestas. Como dice una cita que me gusta y representa mucho, “un psicólogo es alguien tan perdido como tú en la vida, sólo que tiene una linterna y un mapa, además de valentía para acompañarte”. Es importante hacer esta acotación pues el protagonista principal de un proceso psicoterapéutico es quien consulta, dado que es quien mejor y más a fondo conoce de sí mismo, su historia, su sentir y su pensar. Sin su participación y deseo de explorar sus cavernas, fosas, lagunas y espacios más ocultos u oscuros es imposible llegar a sus costas, bosques y páramos por mucho que así lo queramos. El iniciar un proceso de psicoterapia es un viaje en camino a seguir floreciendo como persona, dejando atrás las hojas marchitas para que ahora abonen nuestra tierra, y dar fuerza a nuevas hojas que nos permitan seguir creciendo. Y ese viaje, inicia con un gran paso de cariño y afecto hacia uno mismo: pedir ayuda, que todos en diversos momentos necesitamos tanto por nuestra salud mental en este caso, como en muchas otras instancias.
Si quieres emprender tu viaje y quisieras que fuera quien te acompañe, por favor ¡no dudes en contactarme! Estaré encantado de ayudarte.
Un abrazo,
Arturo.-